Erase una vez Pepito Pérez, que era un pequeño
ratoncito de ciudad , vivía con su familia en un agujerito de la pared de un
edificio.
El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y
allí no les faltaba la comida. Vivían junto a una panadería, por las noches él
y su padre iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer. Un
día Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso
que era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí
vió un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros..., parecía que alguien se
iba a instalar allí.
Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué
era todo aquello, y descubrió algo que le gustó muchísimo. En el piso de arriba
habían puesto una clínica dental. A partir de entonces todos los días subía a
mirar todo lo que hacía el doctor José Mª. Miraba y aprendía, volvía a mirar y
apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de cartón. Después practicaba
con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien los dientes, a su
hermanita le curó un dolor de muelas con un poquito de medicina.
Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo
famoso. Venían ratones de todas partes para que los curara. Ratones de campo
con una bolsita llena de comida para él, ratones de ciudad con sombrero y
bastón, ratones pequeños, grandes, gordos, flacos... Todos querían que el
ratoncito Pérez les arreglara la boca.
Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos
con un problema más grande. No tenían dientes y querían comer turrón, nueces,
almendras, y todo lo que no podían comer desde que eran jóvenes. El ratoncito
Pérez pensó y pensó cómo podía ayudar a estos ratones que confiaban en él. Y,
como casi siempre que tenía una duda, subió a la clínica dental a mirar. Allí vió
cómo el doctor José Mª le ponía unos dientes estupendos a un anciano. Esos
dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los dentistas.
Pero esos dientes, eran enormes y no le servían a él para nada.
Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin
encontrar la solución, apareció en la clínica un niño con su mamá. El niño
quería que el doctor le quitara un diente de leche para que le saliera rápido
el diente fuerte y grande. El doctor se lo quitó y se lo dió de recuerdo. El
ratoncito Pérez encontró la solución: "Iré a la casa de ese niño y le
compraré el diente", pensó. Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin
llegó a la casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito
Pérez se esperó a que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del
niño. El niño se había dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto
debajo de su almohada. Al pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el
diente, pero al fin lo encontró y le dejó al niño un bonito regalo.
A la mañana siguiente el niño vió el regalo y se
puso contentísimo y se lo contó a todos sus amigos del colegio. Y a partir de
ese día, todos los niños dejan sus dientes de leche debajo de la almohada. Y el
ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio un bonito regalo. Y colorín colorado este cuento se ha
acabado.